
La editorial La Ley, del grupo Wolters Kluwer, publicaba recientemente un artículo sobre el caso de un bufete norteamericano que había implantado la política de no contratar abogados procedentes de grandes universidades como Harvard o cualquier gran escuela de negocios que encabezase la lista de rankings.
El razonamiento de este despacho se asentaba sobre la idea de que los licenciados en Derecho por universidades más modestas desarrollan competencias como la tenacidad o exigencia puesto que, para poder acceder a dichas universidades, previamente habían tenido que competir con otros candidatos en la obtención de las notas más altas que les permitiese posicionarse como los mejores estudiantes en esa facultad.
Al hilo de este artículo, surge el debate acerca de si los abogados que provienen de universidades que no tienen tanto prestigio poseen mayores habilidades relacionadas con el esfuerzo o sacrificio (aptitudes necesarias para el desarrollo de esta profesión) frente a aquellos que, por el contrario, han nacido en el seno de una familia con mayores recursos económicos.
En este sentido, nuestro presidente, Emiliano Garayar, entiende que es una oda al darwinismo social y empresarial que apuntala el sueño americano, y que últimamente muestra signos de fatiga. En el debate sobre el incremento de la desigualdad y la acumulación de riqueza por parte del 2% más rico de la población (que ya atesoraría el 40% de la riqueza total y la mayor parte de la financiera), determinadas voces apuntan a las Universidades de élite como el pilar de la naciente consolidación de una aristocracia a la americana, donde el ser “hijo de” te brinda muchas más oportunidades de entrar en las escuelas de la Ivy league, lo que al tiempo prácticamente te garantiza un brillante futuro profesional en las grandes empresas, despachos o en la política o la alta judicatura. Y ello más allá o “además de” los merits del candidato. Para muestra valga la actual competición por la primera magistratura de la república entre un Bush (el tercero) y una Clinton.
De ahí que los “outsiders” o nuevos entrantes apuesten por una estrategia diferenciadora, más agresiva, de vuelta al competition on the merits, por encima de las marcas establecidas, y cuestionando la valía del establishment, con sus derivas acomodaticias, donde pesaría más el “no perder” que el tomar el riesgo de ganar. Nada nuevo bajo el sol. Cuando la práctica de francotirador se consolide y triunfe volverá a sufrir los males que hoy critica: se llenará de cachorros de la Ivy league y se pensará dos veces no pisar callos a los actuales o futuros grandes clientes, moderando su ambición y apetito por el riesgo. Es muy difícil mantener esa tensión ganadora en una organización durante largo tiempo, bien porque tanta agresividad acaba también canalizándose hacia el interior de las firmas, con lo que éstas implosionan, bien porque se va matizando con el éxito y las ganas de conservar lo ganado, sin apostar la granja en cada caso.
Con un sistema de retribución de los asociados como el que propugna, no me gustaría trabajar allí … ¡ni siquiera de socio!